Queridos
amigos de la misión.
Aquí tenéis noticias frescas desde las trincheras de
la misión, con las que queremos daros las gracias por tanta bondad y
generosidad como habéis derrochado en este último tiempo.
Navidad
en Kalafo: Aunque han pasado ya unos cuantos meses
desde que celebramos la Navidad, no puedo dejar de compartir con todos vosotros
las maravillas que hizo en Buen Dios en nuestra pequeña misión.
Además de la Hermana Joachim Estefanía y Belén,
vinieron a pasar la Navidad con nosotros esos días Claudia y Xiomara desde
Nueva York. También nos acompañó Tesfae, un magnífico enfermero etíope católico
colaborador de las Hermanas de la Madre Teresa.
Todos juntos y en los dos todoterrenos marchamos,
cargados de medicinas, a Kalafo. Allí instalamos nuestro campamento y durante
diez días -mañana y tarde- convertimos la escuela que, con la ayuda de todos
vosotros, habíamos construido en el pueblito de Ma´aruf, en una clínica rural
en toda regla. En total, fuero más de cuatrocientos pacientes los que
recibieron atención médica. Hombres, mujeres y niños, aquejados de toda suerte
de enfermedades, recibieron el cuidado y el amor de la Iglesia. Era nuestra
manera de evangelizar sin palabras, nuestra manera de proclamar que también
aquí el Verbo se había encarnado y nacido para nuestra salvación.
Todas las mañanas celebrábamos la Santa Misa después
de más de una hora de adoración del Santísimo Sacramento desde las 5am. De
igual manera, al concluir la jornada y cuando el sol tórrido de estos
secarrales ya iba de caída, nos volvíamos a congregar junto a Jesús en su
hermosura eucarística para dar gracias desde lo más hondo del alma por el honor
y el privilegio que era para nosotros haber sido escogidos para ser sus
testigos, hasta los confines de la tierra y proclamar que Cristo Vive y es el
Señor.
Claudia
y Belén atienden enfermos que vienen de lejos a nuestra clínica
Vivimos en condiciones muy pobres y precarias, apenas
una colchoneta en el suelo y una mosquitera, la escasa agua de la ducha se
asemejaba bastante a una taza de Colacao español y la comida, si bien abundante
no dejaba de ser frugal. Sin embrago, daba completamente igual y es que lo que
abundaba a raudales en esos días de Navidad africana fue sin duda la alegría de
estar juntos, de compartir como hermanos y poder colaborar con Cristo y su
bendita Iglesia en el anuncio del Evangelio; no tanto con sermones o discursos,
cuanto con obras de amor; esos “signos de credibilidad” que Jesús proclamó a
los discípulos de Juan: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son
limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es
anunciado el evangelio” ( Lc
7:22).
Xiomara,
dominicana de Nueva York, en “su salsa” misionera.
Aún conservo en la retina del corazón, las miradas,
los rostros, la siluetas, de ese interminable dolor variopinto y multicolor.
Asombraba su capacidad de aguante, su estoicismo ante el sufriente, la resignación
serena…
El
Santísimo Sacramento olvidado: Quien haya recorrido el
camino de Gode a Kalafo sabe que cuando se llega finalmente al destino, no sabe
uno de qué color era la ropa cuando salido de viaje y al bajarse del vehículo,
de tanto bote y tanto bache, a uno le duele hasta el pelo.
Pues bien, no habíamos hecho más que llegar a Kalafo,
estoy aún bajándome del coche (era el atardecer del 24 de diciembre), cuando
veo que viene hacia mí la hermana, como rostro compungido y me dice: “me acabo de dar cuenta de que nos hemos
olvidado en Gode cuatro cajas enormes de medicamentos, sin los cuales estos
diez días de campamento médico no van a servir para nada. Pero hay algo peor,
se nos olvidó consumir el Santísimo de nuestra capilla y no se puede dejar la
Santa Eucaristía sola en esa casa…” Ahí, estaba yo, medio molido mirando a
la hermana sin dar crédito…
Temprano al día siguiente, -25 de diciembre, día de
Navidad- a las 6am, emprendía el viaje de vuelta a Gode nada más haber
terminado la Santa Misa “de la aurora”, para recoger las medicinas de nuestras
pobres gentes y proteger el Santísimo que es mi primera misión como sacerdote
de Jesucristo.
A primera hora de la tarde, estaba ya de vuelta en
Gode…
La
Unción: Una mañana, mientras salíamos como todos los días hacía
el poblado y nuestra pequeña clínica, cuando vimos de repente una carreta
tirada por un borrico, que salía de una casucha de barro con una mujer
escuálida, esquelética, envuelta en harapos… nos acercamos, nos bajamos del
vehículo y preguntamos qué es lo que pasaba. Nos dijeron las gentes que allí
miraban que era una mujer cristiana que estaba muriendo de SIDA y tuberculosis
a quien el dueño del cuartucho echaba a la calle porque no había pagado la última
mensualidad de su cuchitril.
Rápidamente buscamos al dueño de casa y pagamos la
pequeña mensualidad adeudada y a la vuelta de una jornada más de trabajo, nos
dedicamos en cuerpo y alma a atender a esta pobre mujer que estaba al cuidado
de su hija adolescente.
La bañamos, le cambiamos la ropa, le administramos
los medicamentos necesarios y tratamos de darle todo el cariño del mundo y el
amor que durante toda su vida se le había negado.
Cuando ya anochecía, conseguí conectar una lámpara a
la batería del coche y bajo la luz de las linternas, el enfermero y yo tratamos
de ponerle una vía en sus fragilísimas arterias. Mientras, los demás, en la adoración
a Jesucristo en su hermosura eucarística, daban gracias a Dios por un año más
que llegaba a su ocaso; anochecía ese 31 de diciembre…
Pasaban los minutos y bajo la luz de las linternas
tratábamos en vano de administrarle los medicamentos por vía intravenosa. No
había manera de encontrar la vena y se nos acababan las pocas jeringuillas que
teníamos a nuestra disposición.
Finalmente, opté por llamar a la hermana que estaba
en la adoración para que viniera a ayudarnos y le pedí que además de más jeringuillas,
me trajese el estuche con los Santos Oleos y que – puesto que no disponíamos de
reserva de formas pequeñas-, abriera la pequeña custodia con la que adoraban en
ese momento y partiera un pequeño fragmento y lo trajera en el porta-viático.
Jamás olvidaré la escena. Era de noche, la mujer
postrada, jadeando sus últimas bocanadas de aire entre la vida y la muerte, sobre
un mínimo jergón arropada con viejas telas por sábanas.
Mientras, los enfermeros se afanaban por atenderla
aguzando la vista bajo la temblorosa luz de las candelas, otros orábamos con
ella. ¡Imposible describir la emoción que sentimos todos al escucharla murmurar
el “padrenuestro” en amhárico y otras sencillas oraciones! Cuando terminó de
orar le explicamos que éramos cristianos, católicos y que, aunque habíamos
orado por ella, si quería, podíamos mandar a llamar al sacerdote ortodoxo. Genet
-así se llamaba esta mujer- nos miró a todos y nos dijo sencillamente: “No le llamen, que no venga, sólo vosotros
os habéis apiadado de mí, me basta con vuestras oraciones”. Le pregunté a
continuación que, si quería recibir los sacramentos de la Iglesia, a lo que
respondió afirmativamente y se los administré.
Todos oramos con Genet, cantamos canciones y la
encomendamos a la Santísima Virgen. Cuidada maravillosamente en cuerpo y alma,
la dejamos descansar y regresamos al campamento, con el corazón henchido de
gozo por tan inmerecida experiencia de la presencia de Jesucristo en esta
bendita mujer. Pensaba en esa última noche del año que despedimos con la
celebración de la Santa Misa a media noche, que son tan verdad las palabras de
la Sagrada Escritura: “Tú coronas el año
con tus bienes…” (Ps 65:11).
Gracias
por tanta generosidad: Durante mi última visita a España,
lanzamos un SOS pidiendo ayuda para la misión. En un abrir y cerrar de ojos,
con una generosidad que me conmovió en lo más profundo, nos empezaron a llover
cajas de medicinas, material escolar, ropa… ¡un poco más y casi no se podía
entrar en casa!
Gracias de corazón a todos sin distinción, pero gracias
especiales a mi familia, por todo cuanto ayudaron (sobrinos incluidos); gracias
al P. Manuel Vargas que lo almacenó todo en su parroquia y gracias particulares
al embajador español en Addis Ababa, Borja Montesino, por ayudarnos con el
transporte. Todos hicisteis vuestra parte y por fin la mercancía ha ido
llegando a la misión.
¡Ahora
nos queda el trabajazo de clasificarlo todo, pero ¡bendito trabajo!
“Lágrimas por la lluvia”. Refugiados por la
sequía:
Desde hace muchos meses,
Etiopía sufre una terrible sequía que, como consecuencia ha traído una de las
más espantosas hambrunas que se recuerdan desde aquellas de 1984.
Una mañana de hace un
par de meses, como todas las mañanas de mi vida en la misión, después del rato
largo de rezos y oraciones en mi pequeña capilla, oigo llamar a la puerta de mi
casucha con insistencia. No es aún hora de visitas y me alarmo. Algo inusual
pasa. Me dice escuetamente y a trompicones un muchacho somalí: “le llama el
alcalde”. A mí en nueve años jamás me ha llamado el alcalde y menos cuando apenas
rompe aun el claroscuro de la alborada.
Me pide que le acompañe
a una reunión y en seguida me doy cuenta por la cantidad de gente convocada y
por discernir los rostros de los ancianos principales de la ciudad, que se
trata de un asunto serio. Soy el único cristiano de una asamblea de más ciento
cincuenta hombres y mujeres. Y allí delante de los próceres de la comunidad,
con tono solemne se dirige a mí el alcalde: “Padre,
sabemos que usted y la Iglesia Católica son los únicos que pueden ayudarnos en
esta crisis. Gode se nos ha llenado esta noche de refugiados.
Sin pensarlo dos veces,
me dirijo a las afueras de Gode por la carretera que viene de Goba atravesando
Dibo y allí los encuentro. Todos se arremolinan alrededor de mi vehículo, son
cientos de hombres, mujeres, ancianos y niños de todas las edades. Muchos de
ellos exhiben los rasgos propios de la desnutrición y otras enfermedades
concomitantes: debilidad de los músculos y fatiga, veo la tristeza en sus
rostros, percibo las miradas huecas de los niños sin fuerzas siquiera para
llorar, la piel amarillenta, vientres hinchados, el cabello muerto… Sobre todo,
percibo el miedo, miedo en sus miradas, miedo en sus palabras… No saben dónde
están, hablan el mismo somalí pero el lugar les es extraño. No saben que será
de ellos. Tienen que recomenzar la vida en esos secarrales imposibles de arar.
Sin muchos rodeos
elegimos los casos más graves y les invitamos a subir en el todoterreno de la
misión rumbo a la pequeña clínica. Esta operación se repetirá cada mañana
durante casi diez días. Están hambrientos, exhaustos, aterrorizados, son como
animalitos asustados que ven peligros y amenazas en todas partes. No se les
quita el susto del cuerpo, pensando que en cualquier momento aparecerán hordas
de oromos…
Repartimos bidones de
plástico de 20 litros para que puedan recoger el agua cuando lleguen los
camiones-cisterna que hemos contratado. El ser humano puede llegar a
acostumbrarse a vivir con casi nada, pero sin agua a más de 45ºC no puede vivir
nadie, ni siquiera unas horas…
Me reúno a continuación
con Kofi, director de la oficina del Fondo Mundial para la Alimentación (WFP,
en inglés) de Gode y en pocas horas organizamos un enorme convoy de más de
veintinueve toneladas métricas de alimentos: arroz, aceite, soja, harina, leche
en polvo, maíz…
Por
fin, conseguimos que la ONU repartiera alimentos a los refugiados
Y tres semanas más
tarde, aseguradas las necesidades más básicas de agua, alimentos y medicinas,
se me ocurre empezar a construir una escuelita. Al conversar con los niños, me
doy cuenta que ni uno solo de esos chavales ha puesto jamás un pie en una
escuela. Movilizamos nuestros escasos recursos y acompañado de Muktar y otros
líderes comunitarios, nos ponemos manos a la obra.
Hace una semana, ciento setenta
niños y algunos adultos comenzaron a dar sus primeros pasos en la
alfabetización y conocimientos generales ¡cuánta alegría en las dos pequeñas
aulas improvisadas de hojas de zinc y maderos toscos de la región! Escucho
emocionado sus risas y todos -al unísono- van repitiendo las vocales a pleno
pulmón. Luego, en el recreo, a campo abierto veo esos cientos de niños, que
juegan y corretean… Me mira Muktar mientras yo sigo embelesado las correrías de
los chiquillos tras una pelota de trapo y me dice en somalí: “Abba,
mahadsantai” (Padre, muchas gracias).
¡Un
gran día! Llegan los pupitres para nuestra escuelita del campamento de
refugiados
Escuela
recién inaugurada ¡Y ya se nos ha quedado pequeña con chicos sentados en el
suelo! Fijaos que los
pupitres son para dos niños ¡y se sientan cuatro!
Y aunque Muktar, no lo
sepa ni lo entienda jamás, me hace sentir que han valido la pena todos los
sudores y fatigas sufridos en nombre de Cristo y su bendita Iglesia, para ver a
estos chiquillos somalíes sonreír y alfabetizarse, haciéndose un poco más
personas
Mientras, todos,
musulmanes y cristianos, seguimos mirando al cielo suspirando clemencia por
este miserable terruño que poco a poco se desangra… y me doy cuenta, mientras
todos suspiramos mirando al cielo infinito deshidratado por el bendito “Niño”.
M encuentro con Amina,
una pobre mujer joven somalí, a quien veo deambulando sin rumbo aparente en el
improvisado campo de refugiados de Gode; la veo sucia y andrajosa, con el mismo
vestido prácticamente adherido a la piel y le pregunto:
“Amina
¿no tienes otra ropa?” Se queda mirando al vacío y como un susurro para sus
adentros responde:
“No, el que tenía lo usé para enterrar a mi niño que murió cuando
veníamos de camino…”
Y me doy cuenta que hoy
a este pueblo sólo le quedan…
… lágrimas por la
lluvia.
“¿A
quién enviaré?” Los misioneros… que no llegan: Dentro
de unos meses, hará diez años que vine a Gode por primera vez, ¡cómo pasa el
tiempo en un vuelo! (me debo estar haciendo viejo) … En estos años, el Buen
Dios nos ha enviado mucha gente, sobre todo jóvenes, que durante un tiempo más
o menos breve nos han venido a ayudar con las ingentes e interminables tareas
de la misión.
Y en este mismo tiempo hemos recibido las
generosísimas ayudas de todos vosotros ¡madre mía, que habría sido de nosotros
si a la cuenta de la Fundación no nos hubiesen llegado las aportaciones
económicas de todos vosotros!
Sin embargo, con enorme pena comparto con todos
vosotros nuestra mayor carencia y lo que de verdad necesitamos. Lo que de
verdad llevamos esperando, lo que le hemos pedido tercamente al Buen Dios todos
los días en nuestras pobres plegarias y que nunca reciben respuesta. Lo que más
necesita esta misión, lo que de verdad necesita esta misión.
Una comunidad de religiosas.
Una comunidad de mujeres consagradas a Dios que,
para toda la vida (Y no para unas semanas o meses de su vida, como las decenas
de jóvenes que han venido a lo largo de estos años) vengan sin billete de
vuelta a entregar la vida en la evangelización de este pueblo.
Os podría enviar copias de todas las cartas que el
Obispo de Harar (nuestro Vicario Apostólico) y yo, hemos enviado a congregación
de monjas tras congregación de monjas. Las respuestas que hemos recibido
parecen copiadas del mismo manual: “no
tenemos vocaciones…”; “somos una congregación demasiado joven y no estamos
preparadas…”; “no es nuestro carisma…”; “la misión está en todas partes…”; “Si
supiera usted lo mal que está la pobre España…”
La verdad llana y sencilla es que aquí no quiere
venir nadie. Las razones, yo creo que son más bien excusas, a mí no me
convencen y me parecen el mejor y más elocuente testimonio de lo pobre y
decadente que está la vida religiosa en la Iglesia Católica en estos tiempos.
Comunidades que se conforman pescan en pecera pececitos de colores que ya están
pescados más que pescados hasta el aburrimiento, en vez de salir por los mares
de este mundo a lanzar las redes en nombre de Nuestro Señor y su Santa Iglesia,
allí donde nunca han llegado esos que son llamados a ser “pesadores de hombres”
en tierras de misión.
Y mientras, al Papa Francisco le escuchamos lo que
queremos y cuando queremos. En lo que nos gusta le hacemos caso y lo cacareamos
por los medios de comunicación, pero cuando dice eso de “ir a las periferias”;
eso de salir de nosotros mismos, de nuestro confort pastoral “autoreferencial”
de ser “una Iglesia en salida…” maldito el caso que le hacemos al pobre papa.
Pero Dios sigue hablando hoy con el mismo poder de
ayer y Él mismo pregunta a las religiosas de hoy:
“[…]
Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?
¿Habrá alguna congregación religiosa que lea esta
palabra de Dios como palabras dichas al corazón de su congregación y se deje
mover, no por la prudencia humana, sino por el poder impetuoso del Espíritu
Santo y responda con las palabras de Isaías:
Entonces
respondí: Heme aquí; envíame a mí.” (Is 6:8)?
¿Cómo pueden las congregaciones religiosas
permanecer indiferentes al grito de los misioneros? Comparto con vosotros estas
impresionantes palabras que recientemente ha pronunciado el Papa Francisco:
[…]En muchos
lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el
trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso
del Evangelio (cf. Lc 13.7-9; Jn 15,1), con la paciencia de esperar el fruto
después de años de lenta formación; se forman así personas capaces de
evangelizar y de llevar el Evangelio a los lugares más insospechados. La
Iglesia puede ser definida «madre», también por los que llegarán un día a la fe
en Cristo. Espero, pues, que el pueblo
santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a
que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En
efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la
fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los
discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor
que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del
Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y
su amor.
Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de
salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si
tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que
esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del
perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y
paz. El mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está
agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales,
a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también
en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y cada
comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos
invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a
llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20). Mensaje
del papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2016
Si alguien lee esta carta y se siente movido a
renviarla a alguna comunidad religiosa que viva fielmente lo que la Iglesia enseña
sobre la vida religiosa, por favor hacedlo en nombre de estas gentes de la
región somalí de Etiopía.
La falta de celo misionero y el generalizado
aburguesamiento eclesial en el que viven tantas Iglesias nuestras de vieja
cristiandad, no es algo nuevo; eso mismo indignaba al gran san Francisco Javier
respecto de las gentes de su tiempo. Si mis expresiones de arriba pudieran
parecer duras en exceso, yo la verdad no veo que difieran mucho de las de este
famoso párrafo de una carta de San Francisco Javier escrita desde la India en
1542, a su padre San Ignacio de Loyola:
Muchos
cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan
pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los
estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio,
y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que
tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas:
"¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la
negligencia de ellos!"
Y así
como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro
Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de
ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y
sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que
con sus propias afecciones, diciendo: "Aquí estoy, Señor, ¿qué debo
hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios."
La Iglesia se va muriendo porque no hay quien avente
las ascuas del fuego de Espíritu en los consagrados, que, dejando sus
comodidades, quieran responder a la llamada a ir a jugarse la vida en lugares
peligrosos por Cristo y el Evangelio.
Pienso en las cuentas que darán a Dios muchos
obispos que tercamente impiden u obstaculizan que sus sacerdotes se ofrezcan
para marchar a tierras de misión. ¿Qué han hecho tantos obispos del mandato del
Papa Pio XII con el que urgía en 1950 a los obispos españoles a dar el 10% de
lo mejor de su clero para las misiones? No entiendo como algunos obispos no
caen en la cuenta que tener sacerdotes de su diócesis en misiones, es un honor
y una riqueza.
Pienso en tantos sacerdotes y seminaristas
diocesanos que ni siquiera se plantean la posibilidad de la vocación misionera
y, sin embargo, andan preocupadísimos por la pulcritud de sus roquetes de
ganchillo, los bordados de sus casullas de guitarra o alguna norma puntillosa e
irrelevante de la liturgia latina.
Mientras, masas ingentes de humanidad viven en las
tinieblas de la ignorancia más espantosa, que no es la de no saber leer y
escribir, sino la de no conocer a Jesucristo; no haber recibido la proclamación
del Evangelio de la gracia, o tener quien les celebre los sacramentos.
Este
cuadro no está vacío porque se me haya olvidado poner la foto.
Está
vacío porque no hay foto que poner. Cuando lleguen las monjas a la misión, aquí
pondremos su foto.
Doy gracias con toda mi alma por mi Archidiócesis de
Toledo, y a ella rindo homenaje en esta carta, por su celo misionero, por todo
cuanto nos ayudan a quienes ya estamos desde hace tantos años en tierras de
misión. Siempre llevaré gravado en lo hondo del corazón las palabras que tantas
veces le oí bramar al gran Arzobispo de Toledo, Don Marcelo González Martín,
con fuego en la voz y en la mirada: “me
tengo prohibido pensar sólo en mi Diócesis, (cuando Toledo apenas resurgía de
entre los escombros), recordad que no os ordenáis sólo para la Diócesis, sino
para la Iglesia Universal”.
Dice san Pablo: “¡Ay
de mí, si no anuncio el Evangelio!” y yo me atrevo respetuosamente a
parafrasear: “¡Ay de la Iglesia si no anuncia el Evangelio!”
¿Pero, cómo va a anunciar la Iglesia en estas
tierras somalíes el Evangelio si no hay sacerdotes ni religiosas que quieran
jugárselo todo y estar dispuestos a perder la vida por el Reino entre estas
pobres gentes?
Ante el Sagrario de la misión por todos oramos y con
Nuestra Señora Reina de la Misiones pedimos que a todos nos acoja bajo su
bendito manto.
Os bendigo a todos.
Padre
Christopher
Para colaborar con la
misión de Gode, aquí tenéis los datos.
Titular:
Fundación Misión de la Misericordia
Entidad: BANKINTER
Número de Cuenta: 0128-0014-73-0100029293
Iban: ES0801280014730100029293
Código SWIFT o BIC: BKBKESMMXXX
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